Hace unos días tuve la oportunidad de tomar unos días de descanso en Santa Marta, porque como buena cachaca las mejores vacaciones son con el sonido de las olas y el intenso sol que deja sus huellas. Pues bien, como nunca lo había hecho, me hospedé en un hotel con algunos metros de playa "privada" y varias actividades internas que me permitieron relajarme por completo, no tuve que buscar restaurante, ni alquilar carpa o asientos, pude llevar bebidas y comidas a mi gusto y no juntarme más que con los otros huéspedes del hotel que ubicaban sus sillas y camastros a unos dos metros de distancia. Vivir así sería magnífico.
Sin embargo, el tercer día ya decidí ir a la ciudad como para cambiar de plan, pero antes, decidimos con mi esposo ir al acuario y nos fuimos a la playa del Rodadero, caminamos varios metros buscando las lanchas que hacen el recorrido y a mitad de camino en medio de una marea de carpas, sillas, flotadores, vendedores, turistas, basura, olores, parte de la calle medio destruída y un trancón infernal nos encontramos con un "promotor de planes al acuario", nos llevó hasta el fin de la playa hacia el norte y después de negociar internamente con otro sujeto nos embarcaron en una lancha y desaparecieron, eso sí cobraron primero los pasajes.
De pronto apareció un barco de la Armada Nacional anunciando que que no había permiso para partir de la playa del Rodadero porque tanto Playa Blanca, como el acuario estaban con el aforo lleno. Tuvimos que bajar de la lancha y empezar a buscar a los dos sujetos. Nadie sabía dar razón de ellos, luego de dar vueltas, llamar sin respuesta al responsable y buscar una aguja en un pajar, alguien de las verdaderas operadoras de esas excursiones a Playa Blanca nos ayudó a contactarlo o al menos a indicarnos donde estaba, el tipo solo nos regresó la mitad del dinero y dijo que el otro, ( el que nos pescó en la playa) tenía el resto, así que nos fuimos por toda la playa buscando de nuevo entre colores, ruido y olores a un hombre cuya descripción podía parecerse a la de cualquiera. Pero luego de asolearnos por más de un kilómetro lo vimos tratando de engatusar a un par de chilenas.
Se sabe que en Colombia hay que tener los ojos bien abiertos y los sentidos muy dispuestos para detectar las estafas, pero como digo siempre, si no cae en una, cae en otra. Si no es el de turismo, es el restaurante, son los billetes falsos o los cobros excesivos por cualquier producto, y solo porque te ven cara de cachaco o de turista, simplemente.
Luego del disgusto, decidimos ir al centro de la ciudad, al famoso parque de los novios que por esos días albergaba a varios vendedores con sus carpas y productos, adultos, niños y mascotas por doquier, y en alguna de sus calles aledañas encontramos un sitio de paz, una bar muy tranquilo en que los cócteles nos arreglaron la tarde y el ánimo, música variada, excelente atención y además logramos hacer nuestro record de altura con el jenga (porque además prestan juegos de mesa a los clientes) Es un sitio que vale la pena.
Al salir de allí y ya entrada la noche fuimos a caminar por el malecón que por cierto está bastante remodelado y si estuviese limpio hasta tendría un aire al muelle de Santa Mónica en California. El caso es que lo que lo convierte en realmente agotador es la cantidad de gente, hay tantos locales, como visitantes y tanto ruido y tráfico que se convierte en una caminata rápida para evitar el estrés. No así el clima, que es maravilloso y combina perfectamente el calor de unos 25 grados Centígrados con la fría brisa del mar.
Entonces se pregunta uno si vale la pena estar en esa montaña rusa de emociones y sensaciones y pensar que en la jubilación se logrará en un lugar que ofrezca playa, brisa y mar, pero sin los inconvenientes de los tramposos, el tráfico atestado, el exceso de adultos, niños y mascotas o si mejor se queda uno en sus ciudad habitual con los mismos problemas, pero sin el vaivén de las olas, los 25 grados en noches frescas con vientos mecedores, el arroz con coco, las cocadas, el cayeye y la amabilidad del costeño que de por sí es una maravilla de persona y muy servicial (hasta que entras en negocios)
Quiero quedarme con lo bueno, no es la primera vez que paso por una experiencia desagradable allá, y siempre quiero recordar las agradables, que han sido muchas más y que son las que me hacen querer volver una y mil veces a un territorio que parece el extranjero, pero, que es tan colombiano como yo. Por cierto, el tipo nos regreso la otra mitad del dinero y creo que en sus adentros rogaba que no le hiciéramos un escándalo para así poder concretar su negocio con las chilenas.
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