Andando sin mayores pretensiones por las calles bogotanas, es inevitable ver cómo cada día hay más habitantes y cómo se degrada más y más nuestra sociedad.
No hace falta buscar, con voltear a ver usted se encuentra con basuras, contaminación visual, agresividad de peatones, pasajeros y conductores; si usted camina por un barrio cualquiera, por lo regular va a encontrarse con algún adolescente o una pandilla con cara de pocos amigos; se anda desconfiado al toparse con personajes así.
Desafortunadamente los adolescentes de hoy han crecido sin la atención, ni la educación de sus padres, por lo que es difícil exigirles estar en casa, o buenos comportamientos con los demás. He visto, y desde lejos, como se degradan sus vidas, como inician a fumar y poco a poco sus mismos amigos, que a su vez son sus guías, compañeros y educadores; los van induciendo a consumir drogas.
Incluso han perdido toda vergüenza, pues apenas el sábado en la noche tuve la desagradable experiencia de viajar en un bus de servicio público que iba lleno de adolescentes, olía a marihuana, como si la estuvieran fumando adentro, pero lo peor fue cuando delante de mi, un jovencito de unos 14 o 15 años sacó un paquetito y si reparo empezó a esnifar un polvo blanco.
No soy madre y no quiero serlo; pero desde mi punto de vista ésta incómoda práctica pública me despierta una sensación de zozobra, pienso en las famosas propuestas de nuestros mal llamados "padres de la patria" (porque son un pésimo ejemplo a seguir), que buscan admitir el consumo libre de alucinógenos, si ahora que es prohibido o cuando menos reglamentado es increíblemente desvergonzado, no quiero imaginarme como podría ser si fuera aprobado en libertad plena.
Tal vez para muchos, sea esta una posición muy conservadora o vaya uno a saber si definitivamente liberal, que apoya la limitación a estos inadecuados actos que destruyen aceleradamente nuestra sociedad; pero considero inviable seguir permitiendo que vengan y vengan seres a este mundo sin control, con madres que los tienen por obligación, que a duras penas pueden mantenerlos y que en varios casos ni siquiera pueden verlos despiertos durante la semana.
Ya sé que está pensando en el aborto; pero la verdad yo pienso es en anticoncepción. De poco sirve actuar cuando se ha cometido el error; para mi aprobar el aborto como control de natalidad no es la salida, la mujer a pesar de no desear ese hijo, tendrá en su mente que privó una vida; y a la larga eso generará en ella cargos de culpa o sentimientos de autorechazo.
Sin embargo, si se pensara en la anticoncepción ya sea medicada o con métodos irreversibles (que considero más adecuados) podría hacerse un control efectivo de la natalidad. Control que a futuro permitiría una reducción en la población, reducción en asesinatos, suicidios, milicias, inseguridad, corrupción, desempleo y todas aquellas demandas sociales que los gobiernos no pueden suplir, o no han podido controlar.
Lo que sí pueden hacer los gobiernos es ocuparse de la salud emocional y sexual de las personas; invertir no únicamente en educación o establecer cátedras escandalosas en los colegios y escuelas; sino actuar de verdad. Encontrar el punto de equilibrio entre la reproducción responsable y la anticoncepción lógica, concienzuda y definitiva, tanto en hombres como en mujeres.
Colombia dice ser un país en vías de desarrollo, y aún no se ha logrado integrar ese concepto a la actitud y la conciencia social de las personas; no obstante, no es un caso perdido. Si se quiere salir adelante, erradicar la guerra interna, mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y convertirse en un lugar productivo y competitivo, debe empezar por dirigir la mirada a las personas y destinar dineros que sean utilizados en procesos de educación, calidad de vida y mejoras en la emocionalidad de los colombianos.
Solo atendiendo a plenitud las necesidades humanas como primera meta, será posible caminar hacia el desarrollo social, económico, político y cultural de los colombianos.
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